lunes, 10 de febrero de 2020

Como reformar una puesta en escena (1904) - Adolphe Appia



Adolphe Appia

Como reformar una puesta en escena (1904)



El arte dramático se encuentra desde hace varios años en vías de evolución. El naturalismo de un lado y el wagnerismo del otro, han desplazado violentamente algunos límites. Algunas cosas que hace veinte años “no eran teatro” (según una expresión ridículamente consagrada) se han convertido prácticamente en lugares comunes. De ello resulta cierta confusión: ya no sabemos muy bien a que genero aceptado pertenece tal o cual pieza, y en nada nos ayuda a orientarnos el gusto que hemos tomado por las producciones extranjeras.

Esto no supondría, sin embargo un grave inconveniente, si el material de nuestras escenas sea adaptara a cada nueva tentativa, pero desgraciadamente no es así. El autor con su manuscrito -o partitura- y los actores bien pueden estar de acuerdo, pero en contacto con las tablas, bajo el fuego del proscenio, la idea nueva debe encajar en el viejo marco, y nuestros directores de escena cortan despiadadamente todo lo que sobra.
NOTA DE PIE DE PÁGINA: el naturalismo y el wagnerismo constituían los dos extremos en que se situó la vanguardia teatral  escénica entre los años ochenta y noventa en Francia. Mientras el naturalismo propugnaba fidelidad al texto dramático, la atención a la construcción psicológica y la verosimilitud de la imagen en escénica, el wagnerismo  apostaba por la fusión de los lenguajes estéticos en una obra de arte total donde lo musical o lo rítmico actuara como elemento de cohesión. El naturalismo resulto de la aplicación al teatro de la idea de Zola; entre los
principales directores escénicos ligados al naturalismo destacan: André Antoiné en Francia, Otto Bhamn en Alemania y Konstantin Stanislavsky en Rusia. Richard Wagner (1813-1883), por su parte, formuló en diverso escritos en torno a 1850 su idea de “Gesamtkunstwerk”, obra de arte total, que intento llevar a la práctica en Bayreuth, empresa a la que le dedico los últimos años de su vida. Wagner concedió una gran importancia al soporte dramático de sus obras, que el mismo escribía, aunque no logro encontrar, según Appia, el equivalente visual adecuado que le permitiera la consecución efectiva de la totalidad escénica. La ópera wagneriana se convirtió en un motivo de culto para los simbolistas, no solo para los músicos y dramaturgos, sino también para pintores y poetas. Pp55

Muchos aseguran que no puede ser de otro modo, que la convención escénica es rígida, etc. Yo, por mi parte, afirmo lo contrario, y he intentado en las páginas siguientes establecer los primeros elementos de una puesta en escena que, en lugar de paralizar e inmovilizar el arte dramático, no solamente lo siga con docilidad, sino que sea incluso para el autor y los intérpretes una fuente inagotable de inspiración.

Espero que el lector esté dispuesto a prestarme su atención durante este difícil resumen.

Nuestra puesta en escena moderna es toda ella esclava de la pintura –la pintura de decorados- que tiene la pretensión de procurarnos la ilusión dela realidad. O bien: esta ilusión es ella misma una ilusión, porque la presencia de actor la contradice. En efecto, el principio de la ilusión producido por las pinturas en telas verticales, y ese otro de la ilusión –tal como se hace en todos nuestros teatros- podemos obtener un espectáculo homogéneo y artístico.

Examinemos la puesta en escena moderna deteniéndonos sucesivamente en estos dos puntos de vista.

Es imposible transportar a nuestro escenario arboles verdaderos, casa verdaderas, lo cual sería por otra parte poco deseable. Creemos entonces que nos encontramos reducidos a imitar lo más fielmente posible la realidad. Pero la ejecución plástica de las cosas es difícil, a menudo imposible, y en todo caso muy costosa. Esto nos obligaría en apariencia a disminuir el número de las cosas representadas; sin embargo, nuestros directores de escena sostienen  una opinión contraria: estiman que la puesta en escena debe representar todo lo que les parezca bien y que, en consecuencia, lo que no puede ser ejecutado plásticamente debe ser pintado. La pintura permite mostrar al espectador un número incalculable de cosas, esto es incontestable. Parece también dotar a la puesta en escena de la libertad deseada, y nuestros directores de escena concluyen aquí su razonamiento. Pero si el principio esencial de la pintura es el reducirlo todo a una superficie plana, ¿Cómo podrá entonces llenar un espacio, el de la escena, en sus tres dimensiones? Sin interés por solucionar el problema, deciden recortar la pintura y colocar estos recortes sobre el tablao del escenario. El cuadro escénico renuncia por ello a estar pintado en la parte inferior: si se trata de un paisaje, por ejemplo, el motivo será una cúpula de hierba, a derecha e izquierda  habrá árboles, y al fondo un horizonte y el  cielo, y abajo… las tablas del escenario. Esta pintura que debía representar todo, se ve obligada de entrada a renunciar a pintar el suelo, porque las formas ficticias que representa deben ser presentadas verticalmente y entre las telas verticales del decorado y del suelo (o la tela más o menos horizontal que lo recubre) no hay ninguna relación posible. Y esta es la razón por la que nuestros decoradores ponen cojines a los pies del decorado.

NOTA DE PIE DE PÁGINA: se refiere  a las bolsas llenas de arena  que se  colocaban al pie de las telas pintadas para tensarlas e impedir que se movieran o se ondularan por la proximidad de los actores pp. 56



El suelo, escapa, pues a la pintura, ¡pero es precisamente sobre el donde evoluciona el actor! Nuestros directores de escena han olvidado al actor: ¡Hamlet, sin Hamlet como siempre! ¿Sacrificaría algo de la pintura muerta en favor del cuerpo viviente y móvil? ¡Nunca! ¡Antes bien renunciar al teatro! Pero con todo hay que tener en cuenta este cuerpo demasiado vivo, la pintura consiste en colocarse aquí o allá a conveniencia del actor. Hay ocasiones en la que se muestra incluso generosa, lo que le otorga, por otra parte, un aspecto extravagante. En otras, por el contrario, en que se ha negado decididamente hacer concesiones, es el actor quien parece ridículo. El antagonismo es completo.

Hemos comenzado por la pintura, veamos ahora la dirección que tomaría el problema si comenzáramos por el actor, por el cuerpo humano plástico y móvil,  contemplado exclusivamente desde el punto de vista de su efecto sobre la escena, tal como hemos hecho para el decorado.




Para nuestros ojos un objeto sólo adquiere plasticidad gracias a la luz que lo golpea, y su plasticidad no puede ser puesta de relieve artísticamente más que mediante un empleo artístico de la luz, esto va de suyo. Veamos en lo que respecta a la forma. El movimiento del cuerpo humano requiere de obstáculos para poder expresarse. Todos los artistas saben que la belleza de los movimientos del cuerpo depende de la variedad  de los puntos de apoyo que le ofrecen el suelo y los objetos. La movilidad del actor no podar ser puesta artísticamente de relieve más que mediante una adecuada disposición de los objetos y del suelo. 
Tomado del libro de: Sánchez, J. (1999). La Escena Moderna, Manifiestos y textos de teatro de la época de las vanguardias.

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